El Lienzo de Petlacala, un elemento esencial en la petición de lluvias.
Algo interesante de este ritual es que tiene la presencia de un códice: el lienzo de Petlacala, en el que está plasmada la imagen de Carlos V y María Nicolasa como fundadores míticos. San Pedro Petlacala es una comunidad nahua perteneciente al municipio de Tlapa de Comonfort, Guerrero. En 1990 contaba con 896 habitantes; la mayoría se dedica a la agricultura de temporal, presentándose también la migración estacional.
Los días 25 y 27 de abril –ritual para San Marcos-, el tlahmáquetl (el sabio, el que sabe rezar, el que pide la lluvia) llega de madrugada a casa del comisario y recoge el lienzo. De ahí se dirige a la cima del cerro Chichitépetl o el cerro Petlacatépetl donde se iniciará la ceremonia. Ya le acompañan sus auxiliares: la popochtlamatzin o “mujer que sahuma”; la ayaucíhuatl o “mujer que baila alrededor de la lumbre”, o sea “la bañada en nubes”; la quiacíhuatl, “la que cuida los idolitos”, y las ahuacacihuame, las mujeres que sirven a los dioses, que arreglan el altar, lavan y guradan la ropa de las deidades, les dan de comer y beber. Las que reciben las ofrendas son “las procuradoras de los dioses”. Todas ellas son “las mujeres que llaman el agua”, las axuhuilcihuame. De los varones auxiliares, el xochmáyotl cuida las velas, tiende fores. Hay también un pequeño grupo de rezanderos que emiten sus plegarias en español, siguiendo la liturgia cristiana.
El tlahmáquetl, con sus auxiliares, inicia el ceremonial desplegando el códice al pie de un altar con su cruz. Se coloca también el canasto con los ídolos y se procede a limpiar el lugar, poniendo cadenas de flores en la cruz y ante los objetos citados. Se colocan unas ramas de ahuhuete, que sirven de “mantelitos” sobre las once piedras que, en forma circular o de tecorral, están dispuestas alrededor del altar con la cruz. Al pie de este y frente al códice se coloca un “mantel” grande con ramas de ahuhuete, sobre el que se van depositando platos, tazas, velas y veladoras.
Posteriormente, los recipientes se llenarán con caldo enchilado con carne y chocolate en agua. A un costado del área liminal (entendemos como espacio liminal aquella área de confluencia entre lo profano y lo sagrado, ahí donde los oficiantes establecen la mediación con las entidades sobrenaturales) se prende el fogón para preparar los alimentos.
Mientras suceden otras acciones rituales, de cuya descripción ahora prescindiremos, el tlahmáquetl empieza a recibir las ofrendas, ya sea de individuos o de grupos familiares que, poco a poco arriban al lugar. Los objetos de ofrenda son: tortillas, tamales nejos, veladoras, velas, pan de dulce, chocolate en agua, pollo en mole y pinole.
Los destinatarios de las ofrendas son: los “angelitos”, encargados de traer y llevarse las nubes, de producir la lluvia. Pero los otros elementos simbólicos juegan un papel conexo a ellos y son, por lo tanto, entidades a las que también hay que propiciar y halagar, pidiendo su intercesión para lograr un buen temporal: la cruz, el códice, los objetos prehispánicos, los aires, el sol, la culebra –representación de las trombas y/o el arco iris- que se supone se encuentra al interior de la “puerta del sol” –una oquedad que se encuentra a pocos pasos de Coapotzaltzin- y otra culebra más a la cual se le presenta ofrenda en la piedra más grande de entre las que forman el “tecorral”. Mientras el oficiante recibe las ofrendas, sus auxiliares han depositado sobre cada una de las piedras del “tecorral”, un par de tamales; uno de ellos tiene forma de “idolito” y el otro, forma de cerro. Sobre la piedra de la culebra (cocosemálotl), que es la más grande del conjunto, se coloca un tamal de mayor tamaño, en forma de culebra.
Una vez que los auxiliares han depositado los tamales y una cazuelita con caldo de chile, el tlahmáquetl iniciará un rezo ante cada una de las piedras. Las sahumará e invocará a otros cerros distantes (el Pico de Orizaba, el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl, el cerro de la Lucerna –montaña sagrada de los tlpanecos-, etcétera) así como algunos cerros que sirven de lindero de Petlacala.
Al terminar la fase del ritual en el cerro y caer la noche, teniendo como trasfondo música de viento, la gente se congrega en la casa del comisario municipal. Ahí se sirve de nuevo alimento; por lo general, caldo de gallina enchilado.
La gente baila hasta la media noche, en que se realiza el último acto ritual, frente al altar doméstico, donde nuevamente ha sido desplegado el códice y depositado el tenate con los idolitos. Las dos popochtlamatzin y la quiacíhuatl, acompañadas de dos jóvenes doncellas, toman los tamales en forma de idolitos y los hacen bailar en sus manos al son de la música y el canto que ejecuta el tlahmáquetl. Al terminar el canto, los tamales son atravesados por palillos, dándoles muerte simbólicamente, tras lo cual son depositados en un canasto; se reinicia la operación hasta que han sido bailados todos los tamales. Finalmente, el tlahmáquetl toma el tamal en forma de culebra a la cual tambien da muerte.
Este acto terminal representa, según los informantes, una remembranza de aquellos que realmente fueron sacrificados ritualmente en otros tiempos para pedir la lluvia. Nuevamente, el lienzo, preside esta fase del ritual, convocando a la memoria que él conlleva y junto a la remembranza del sacrificio humano antes practicado para rituales análogos. Jiménez y Villela (1998) Historia y cultura tras el glifo: los códices de Guerrero.
por
ADÁN ROMERO GÓMEZ
Antropólogo social
#Guerrerense.
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